30 May
30May

Hay días en los que Sheila Foster, una jurista estadounidense especializada en el uso del espacio urbano, desafía a su hijo de diez años preguntándole, por ejemplo, qué habría que hacer para que Nueva York, donde viven, no pierda su onda. “Hablamos sobre lo que significa vivir en una ciudad, sobre el bien común como algo que no siempre es material”, dice Foster . Conversamos con ella en Piazza Galvani, Bolonia, donde asistió a la Fiesta de la Colaboración Cívica.

Usted define la ciudad como “bien común urbano”¿Qué implica?
Es un recurso común, que no le debe pertenecer a nadie, y que debe ser cuidado colectivamente para beneficio público. Porque todo el mundo tiene un interés común en él. Puede ser un recurso material: un parque, un terreno, una calle, ciertos edificios. Puede ser inmaterial como el patrimonio cultural de un barrio. Mi teoría es que toda la ciudad es un bien común urbano.

¿Cree que las ciudades están preparadas para administrar colectivamente ese bien común urbano?
Creo que es algo que ya está sucediendo. Hay grupos que organizan y gestionan colectivamente algunos barrios de Nueva York, por ejemplo. En muchas ciudades hay grupos de conservación en los parques, hay huertas urbanas. Creo que la pregunta que hoy deberíamos hacernos es qué diversas formas puede adoptar la acción colectiva sobre el bien común urbano y a qué diferentes escalas.

¿Se trata de un paradigma que podría introducirse en cualquier ciudad del mundo?
Sí. Parte de mi objetivo es construir un marco de referencia para la ciudad como un bien común urbano que pueda aplicarse en todas las ciudades o de diferentes modos según cada ciudad. En Italia, Bolonia tiene, por ejemplo, un reglamento para compartir la administración de los bienes comunes urbanos que no funcionaría en cualquier otro lugar porque la política es diferente, la cultura cívica es diferente. Pero creo que sí hay un marco con la idea base según la cual la ciudad es un recurso que funciona como un bien común, un recurso natural como el aire, el agua y que, por lo tanto, no tiene sentido que haya un único actor –la administración pública- que lo monopolice. La acción colectiva es un fenómeno emergente urbano en expansión.

¿Por qué estalla ahora?
Sucede en parte porque el mundo se está urbanizando. El 70 % de la población en un par de décadas vivirá en ciudades, en grandes áreas metropolitanas. Por esa razón hoy se debate quién puede ocupar las ciudades y cuánto administrar de sus recursos. Hay una gran presión en contra de la privatización de espacios públicos. En algunas ciudades medianas  o chicas se está tendiendo a revitalizar el bien común urbano porque el gobierno local no lo puede hacer por falta de dinero o porque tiene otras prioridades.

¿Cómo es la gestión colectiva del bien común urbano en contextos de pobreza?

Creo hasta que es más sencillo en países pobres porque los recursos del estado son menores y se tiende a confiar más en la acción colectiva. En Bogotá, por ejemplo, las comunidades de pocos recursos a menudo se involucran más en acciones colectivas y crean aspectos básicos de la vida para conservar limpias sus comunidades. Creo que cuando uno se mete en las grandes ciudades el tema se vuelve un desafío mayor porque hay más reclamos sobre cómo se emplean los recursos y el bien común se encuentra entre el estado y el mercado. En lugares poco desarrollados no han incorporado el lenguaje del bien común pero se ocupan de su cuidado colectivamente de un modo más natural.

¿Qué sucede con el sentimiento de frustración que la gente puede experimentar ante la ausencia del rol que debería cumplir la administración pública?
Es cierto que la gente puede sentir que está haciendo lo que se supone que debería hacer la administración pública. Por eso tiene que ser una sociedad, una colaboración entre las dos partes. La gente necesita respaldo institucional para el manejo colectivo de los bienes comunes y la administración pública tiene un rol estratégico en facilitarlo. No se trata de que la gente lo haga sola sino que la administración pública debe venir al encuentro para facilitar y respaldar a ese grupo. Implica otro modo, más colectivo, de tomar decisiones. Se aparta de la decisión simple tomada por unos pocos  y postula decidir quién marca la agenda, quién está involucrado en el proceso de tomar decisiones que los involucren.

Usted habla de la ciudad como bien común urbano con su hijo. ¿Cree que las nuevas generaciones conviven mejor con esa idea?
Claro. Y gracias a Internet, que es un recurso abierto. Ellos comparten, crean juntos. Son la generación que lleva en su ADN la colaboración. Viven en un mundo donde la información circula y el compartir es un concepto natural. El problema es que las ciudades no están gobernadas por niños sino por una generación mayor que debe aprender la acción colectiva para gestionar el bien común urbano.


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Sheila Foster, USA, Jurista-Profesora de la Escuela de Leyes en la Georgetown University, Es profesora de Derecho en la Fordham University y co-directora del Fordham Urban Law Center. Ha realizado investigaciones sobre el uso de la tierra y legislación ambiental en Suiza, Italia, Francia, Inglaterra, Austria, Colombia, Panamá y Cuba.


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